lunes, junio 30, 2008

Pequeña Reflexion Interior (primer acto)

De nuevo me encuentro sentado en el trono de mi consciencia. Justo en frente tengo a Destino, que me mira severo fijamente, sin parpadear, con una sonrisa indefinida y enigmática en su rostro. Me levanto y le grito, enfadado, escupiendo saliva y cerrando fuerte los puños.

- ¿¿Que es lo que quieres?? - Mi grito resuena en la bóveda, perdiendose veloz entre las resplandecientes campanas de cristal que rozan el cielo, mas allá de los arcos góticos de obsidiana y de las gárgolas de ónice que miran al infinito con pétrea calma. Por respuesta, el mas primitivo de los silencios. Incluso el eco rehuye mi pregunta. Caigo como peso muerto sobre el trono áureo, levantando polvo, ya no hay nadie en la sala.

Desesperado, hundo la cabeza entre mis manos. En una esquina, la reina de corazones se ríe cruel a carcajadas en su jaula. La escena parece divertirle. La miro de reojo, desconfiado y asustado. Recuerdo el tiempo en que la dejaba vagar libremente por mis dominios, cortando cabezas a diestro y siniestro. Haciendo daño. Ya no más. No quiero volver a teñir los blancos rosales, ni jugarme la partida a una sola mano. En Corazones sólo hay un ganador, y a mi siempre me suele tocar la reina de picas. No hay sistemas que valgan, y el perdedor se vuelve a casa sin los pocos recuerdos que quedaban en la cartera.

El maquillaje nunca sirvió para nada. Caras de payaso frente al espejo, llorando, intentan deshacer sus coloretes a manotazos, condenados a repetir la escena una y otra vez en una habitación casi olvidada, perdida en las esquinas de la memoria. Sollozos en un rincón, abrazos mudos junto a un balcón que da a las luces ténues de la Alameda, llena de gente que nunca mira hacia arriba ni cuenta cuentos. Sótanos llenos de coches muertos, taquillas forzadas por matones sin escrúpulos. ¿Donde dejé mis pinturas? No lo recuerdo.

Alzo la mirada, me levanto y me acerco a la única ventana de la estancia. Apoyo mis codos en la balaustrada, y dejo que la brisa fresca que viene de poniente acaricie mis cabellos. Muy a lo lejos puedo ver el océano, y la pequeña ciudad, mas antigua que los dioses, de la que provengo, que reluce en la bahía como una perla gigantesca. Alguien se acerca por mi izquierda. Es Destino, de nuevo, esta vez con la forma de una bella muchacha. Me mira con ojos de almendra, mas profundos que el firmamento, y me susurra al oído con voz dulce y calmada:

- ¿Que es lo que quieres? - Y me abraza.