jueves, marzo 10, 2005

Breve historia del Señor Caleidoscópio

Era un hombre que no solía salir de su casa, a menos que fuese muy necesario. La ciudad le parecía demasiado ruidosa, poblada y gris. Habitada por una gran masa de criaturas sin cerebro, preocupadas únicamente por sus asuntos, y que jamás miraban al cielo. A veces se entretenía intentando roer un lápiz hasta dejar la goma sólo, escupiendo al suelo los trozos de mina negra, porque no le gustaba su sabor. Llegué a su casa casi por casualidad, durante esa etapa de mi vida en la que estuve trabajando como repartidor de publicidad a tiempo parcial. Vivia muy cerca de los grandes relojes de sol que coronan la parte alta de los rascacielos corporativos, en el centro de la zona norte. Ya percibí algo extraño cuando llamé al portero automático y me respondió una voz ronca y aguda a la vez, llena de matices sonoros.
-Publicidad -, dije con el tono de autómata que me habían obligado a adoptar en la agencia.
-No hay visitas, tenga la bondad de subir -. Era una frase llena de incógnitas.

Las escaleras, gastadas por el paso del tiempo, serpenteaban hacia arriba en una sucesión de formas suaves y redondeadas, resbaladizas, dependiendo de la zona, o prácticamente inexistentes en algunos tramos dificiles. Cuando terminé la ascensión, respiré hondo, tratando de borrar los seis pisos de mi memoria. Y fué entonces cuando se abrió una puerta a mi izquierda.
-Pase, pase, espero que no le haya ofendido -Dijo una voz desde la semipenumbra. La casa olía de forma extraña, un hedor a comida en descomposición, heces, y otros sutiles aromas que no quise identificar.
-em... Corporaciones Indoor quiere invitarle a su charla presentacion sobre nuestro nuevo producto...- Empecé a recitar la cantinela absurda de siempre.
-Callese, pueden escucharle los internos. Pase al salón. - Su invitación sonó tan extraña que no pude evitar seguirle a través de pasillos estrechos y llenos de objetos antiguos hasta la habitación principal de la casa. Aquel sitio tenía la esencia de los templos místicos orientales, pues estaba repleto de reliquias de tiempos pasados, y de cosas diminutas que llenaban todo el espacio.
-¿Quiere tomar algo? - Había en su voz una sombra de tristeza oculta, una súplica de comprension, que me cautivó al instante. -No, está bien asi. ¿Quiere que le hable de nuestro producto? - Conocía la respuesta a esa pregunta, pero tenía que intentarlo al menos.
-¿Su producto? La verdad es que no me interesa en absoluto. Quería enseñarle algo. Algo que sólo han visto algunos. - Entonces me miró directamente a los ojos, sin parpadear, y me mostró aquello que tán bien guardaba en su interior. Sus ojos me abrieron el camino hacia un mundo caleidoscópico, cambiante y lleno de colores. Ese hombre no veía las cosas de forma normal, pero su distorsionada versión del mundo tenía en cierto modo la explicación de la existencia, la forma en que fluyen los hilos conectores de la realidad. Me quedé petrificado en el sofá, mirando a través del caleidoscopio humano el mundo que apenas conocía. Despues de un momento, me dijo:
-Marchese. Ya no hay nada mas que ver aqui. -Y se volvió de espaldas, sollozando.
En ese momento debí hacer algo, lo sé. Una palabra de consuelo, un gesto amistoso... puede que eso hubiese servido par salvar al Señor Caleidoscopio de su encierro voluntario, pero me limité a salir de alli con paso acelerado, la cabeza gacha y, por supuesto, sin volver la vista atrás.